Club Deportivo Caspe
 

Temporada 1987/88


No es un buen verano para el sexagenario Club Deportivo. La historia repite la escena con infinita, con machacona frecuencia. El guión sobrevive inquebrantable y mutante a la vez; independiente de quienes ponen de forma transitoria su carnet de identidad, pero resarciéndose de los mínimos avances que los humanos consiguen. El club, como ser autónomo, si pudiera libremente obrar, desecharía para los restos a los ingenuos ignorantes o a los espabilados simbióticos; gentes sin maldad, ilusionados espíritus por el bien común aunque lejanos gestores de un conocimiento para el que no fueron creados.

La máxima lo indica: las sociedades perviven mientras pasan las personas. Afortunado silogismo si las primera dieran palos de sabiduría, pero la experiencia no es capital de transeúntes y éstos, cuando cansados abandonan el juguete, no transmiten poderes ni limitaciones, por egocentrismo en unos casos o por desconfianza del relevo en los más. Al final, la penitencia no sirve de consuelo y los nuevos deben aprender sobre sus carnes el rigor resabiado de un mundo, el futbolístico, que a golpe de talonario mueve adherencias, lejos ya de aquellos caballeros de justa invencible ante el guiño reconfortante de la dama.

Un club es el maridaje de sus asociados, y de la iniciativa de éstos dependerá el devenir de aquél. El Caspe actual es una entelequia, decrépito, avejado por la mella imprevista, agazapado en espera de la savia resurgente. Mientras, un aficionado va tejiendo en su interior el paso que va a dar. Proviene de un deporte basado en la estrategia, aunque sólo el éter es poseedor de las alternativas barajadas en su cerebro. Como cetro, una idea salvadora: la celeridad por resolver el dilema será proverbial púlsar que evitará la "bajada de bandera", marcha atrás ante el irreversible desmembramiento de la entidad. La Asamblea reúne varias convocatorias; en la última, Agapito Fortuño Font iza el fondo de su butaca y se dirige al resto de oyentes: "Si hay diez que me siguen, me ofrezco para presidente". Los rictus faciales se relajan, a media voz surgen comentarios y, tras un suspiro de complacencia, alzan las manos los más decididos: "Sebastián Fontané fue el primero que se ofreció".

El camino empieza a despejarse y Agapito completa al poco tiempo la lista definitiva que aúpa en las principales parcelas a Vicente Cantarero Alcaraz como vicepresidente; Pedro Bonet Bel, tesorero, y Pascual Campos Borraz, secretario. En calidad de vocales, Manuel Cortés Bel, Sebastián Fontané Buisán, José Fontoba Piera, José Verdaguer Solé y José Cubero Zabay, entre otros.

El recién elegido máximo mandatario apuesta decidido por la cantera y en su mapa de prioridades sitúa en lugar destacado, hacerse con los servicios de aquellos a quienes el pasado no ha tendido oportunidades. Un directivo que el tiempo dotará de mando, José Hernández Comech asiste a una reunión en el Bar Deportivo, donde son citados los jugadores locales para hablar de sus fichas: "me eché las manos a la cabeza cuando oí hablar de dinero". Hernández había pertenecido a la Junta Directiva de Roberto Gracia y conocía de primera mano los agobios económicos que padecen los equipos; dejó al Caspe con la entrada de Miguel Barriendos: "literalmente nos espacharon", y vuelve a petición del nuevo presidente: "... era increíble la alegría con la que negociaban los contratos, a Barrachina le ofrecieron un millón por entrenar". La fortuna se alía con los imberbes dirigentes y el jugador-entrenador no puede ejercitar su título a falta de las prácticas.

Con el puesto todavía por cubrir, el directivo Manuel Cortés, que mantiene relación profesional con José Redondo (Centro Natación Helios) y a expensas de éste, propone el nombre de un joven técnico. La primera toma de contacto es en Zaragoza y hasta allí se desplazan Agapito Fortuño y Vicente Cantarero, que junto a los mencionados Redondo y Cortés se reúnen con José Luis Gómez Iturria: "a los dos días les dije que sí. Tenía 25 años y nueve temporadas trabajando en las categorías base... me apetecía conocer otros horizontes".

Gómez viaja a Caspe el lunes 3 de agosto, conoce al resto de la Directiva y a la plantilla: "me encontré el equipo totalmente formado, sólo llevé a Roberto Pardos para cubrir la baza de un organizador". Redondo trae a Leo, Comín y Silva; vuelve Domingo, Perico estaba firmado por mediación de Carlos Barrachina y Emilio Suárez debuta en Benicarló, partido de pretemporada. El entrenador declara a Javier de Miguel en el "Punto Deportivo": "tengo un equipo joven con dos veteranos que aportan la necesaria dosis de experiencia para conseguir nuestros objetivos: hacer un fútbol fácil y ofensivo y alcanzar, como mínimo, la clasificación del año pasado". El Club Deportivo Caspe inicia la Liga con victoria, racha que sigue hasta la octava jornada: "fuimos el último equipo de Tercera en perder la imbatibilidad habiendo jugado con Barbastro, Monzón, Huesca y Ejea". En el campo zaragozano del Santo Domingo de Silos, el Hernán Cortés, con gol de Silva en propia meta, anula el dulce despertar de la competición: "acudí aquella mañana con cuarenta de fiebre, la opinión desfavorable de mi familia y muy pocas ganas de fútbol. Todo se alió en nuestra contra".

La derrota quita presión a la plantilla, incómoda por el superficial ranking menor, pero a su vez desata la controversia en la extensa red de "entendidos" que rodean al grupo. El franco comportamiento del inexperto técnico da pie a una irreflexiva petición de los osados dirigentes caspolinos: "querían dar la baja a Leo y Comín pretextando un recambio local cuando semanas antes habían desconfiado de los mismos chicos. Me opuse a ello frontalmente". Sin embargo, José María Rojas Pérez asume su inclusión en el equipo por las recomendaciones de la Junta: "... éramos pocos de casa y no peores que los de Zaragoza". Mientras, la Directiva, amorfa en su constitución y precipitada en su reclutamiento, percibe las primeras disensiones internas excluyendo a alguno de sus miembros.

José L. Gómez impone un clásico cuatro-tres-tres en las alineaciones, tanto en casa como fuera, "lejos de los Rosales jugábamos al ataque y la prueba es que todas las victorias son por más de dos goles". El técnico no se siente agobiado por los malos resultados; más al contrario, toda su preocupación entraña un riesgo involuntariamente asumido: dejar total libertad a los jugadores para, carentes de complejos, ofrecer un fútbol alegre. Fruto de lo anterior son los extremos marcadores que identifican su sistema: el abrasivo once a cero al Estadilla o el enojoso cero a siete frente al Alcañiz, "quizá teníamos mayor debilidad en la defensa y siempre por culpa de las lesiones, pero por delante había tres perlas con una envidiable destreza y habilidad".

Las Divisiones Nacionales vuelven a sufrir una reorganización en sus categorías. La Segunda B pasa a tener cuatro grupos y la Tercera aumenta a diecisiete. La calidad disminuye progresivamente ante el incremento de equipos. Los jugadores demandan mejores contratos y los clubes acceden a las peticiones obcecados por la nueva denominación, yerro sin duda, pues tienen los mismos contrincantes. El nocivo ajuste-desbarajuste hace desequilibrar las economías más débiles y los dirigentes, en general, traspasan su intrusismo millonario a los futbolistas menos afortunados, que ven resignados cómo reciben en su contra las promesas garantizadas. El C.D. Caspe no es una excepción, si bien el trato personal que se da a los empleados ilustra, cuanto menos, la sinceridad de quien va de frente y con la verdad por delante. José Hernández Comech presencia una reunión con la plantilla en la que se les comunica la falta total de tesorería: "la reacción fue insólita. Los jugadores se portaron de maravilla. Todos decidieron seguir, aportando algunas soluciones, sorteos, rifas, pedir un crédito... Pero mi sorpresa mayor fueron las palabras de Emilio: ¡Con el dinero que me deben por ahí y nunca había pasado esta situación!". El final de temporada deja algún capítulo pendiente y todavía se paga una mensualidad, "menos al entrenador, que nos exigió todo el contrato", dice Agapito Fortuño Font. Además de la deuda contraída con la plantilla hay un déficit aproximado de medio millón de pesetas que se solicita a la Caja Rural, pagadero tras el verano con las recaudaciones de los abonos.

La crisis económica que sume a la entidad no perjudica, por sí sola, su marcha deportiva, pero la gráfica clasificatoria muestra una tendencia regresiva que coincide con las fechas navideñas, observación que permite a José Luis Gómez Iturria achacarla a la falta de dinero: "con el nuevo año dejamos de entrenar todos juntos y eso para mí fue básico; aun así, no tuvimos nunca negativos y terminamos con más dos". Esta afirmación es matizada por algunos jugadores, J. M. Rojas o J. L. Domingo, por ejemplo: "... provenía de juveniles y pagó cara su puesta a punto. Afortunadamente, Perico y Emilio solventaban los problemas". Por su parte, Gómez no desautoriza el incondicional apoyo que encontró en los miembros más representativos del vestuario: "... prestaron una labor de enganche fabulosa. Todos los entrenadores buscamos un jugador, llámalo capitán, que sea puente entre ambas partes, y yo tenía a dos".

Las lesiones respetan al equipo este año pero ceban su protagonismo en tres jugadores: Chus Aznar y Monente finalizan bruscamente su ciclo deportivo con el Caspe, el lateral cae en Barbastro y no queda explícita su exclusión y el delantero, recuperado de la fractura de tibia y peroné, rompe nuevamente la pierna frente al Ejea. Alfonso Garcés no es extraño a tales circunstancias y cuenta más faltas que estancias aunque permanezca toda la temporada cerca del grupo. Por otro lado, ocho jugadores caspolinos lucen a tientas la camiseta azulina del C.D. Caspe. Siete debutan en la Tercera, pero todos sustituyen a compañeros en diferentes escenarios: Peto y Fortuño salen en Utrillas, Emilio Juan en Barbastro, Jesús Samper y Monfort en Caspe frente al Ejea y Jorge en las Rías de Mequinenza para repetir, al domingo siguiente, en casa con H. Cortés. Michel y Pichi cierran la carpeta de este capítulo.

El Compromiso juega esta temporada una extraña competición. El grupo Bajo Aragón de Primera Regional está integrado por sólo seis conjuntos y la Federación Aragonesa, con objeto de alargar el campeonato, decide incrementar el número de efectivos con los representantes de Segunda Regional de la zona. De tal guisa que se llevan tres clasificaciones a la limón: una general, sin ascensos ni descensos, y dos parciales para cada una de las categorías. El invento nace y perece a la vez. El equipo caspolino es decimotercero en la tabla global y sexto en la individual, estando formado por los jugadores que dos años antes habían obtenido el ascenso a Juvenil Preferente, plaza que nunca ocuparon.


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